Y yo que había empezado a hablar porque era más fácil que evitar la charla me encontré con un sabio disfrazado de loco, disfrazado de abuelo, disfrazado de barrendero. Y entendí por qué se le dice "calle" a la experiencia; por qué al inexperto le falta "calle"; por qué se suele ubicar a la realidad o a la vida allá afuera, "en la calle".
Sentí vergüenza por un momento, admito, de mi incesable búsqueda de completitud y evasión de roces, que por lo general, me transforman en un amorfo ente carente de identidad, o mejor dicho, me distraen un rato, nomás. Porque el fuego quema, y hay que animarse. Pero la locura también calienta, y es coherente.
Definitivamente los de clase media somos los excéntricos, los raros, los desconectados con la naturaleza. Los jóvenes siguen embarazando y pariendo, pero no pareciera ser tan grave, o tan traumático. Mis compañeros de sector, en el laburo, El Cordobés y El Loco, parecieran estar felices por tener nietos. Y yo me sorprendo de sorprenderme, y me sorprendo por creer que la vida podría inspirar algo más que una celebración.
También me sorprende el arte de hacer zapatos. Se me hace que no es fácil, y lo respeto.
Pero El Cordobés está de vacaciones, y lo reemplaza su compañero El Caballero Simpático, que me da la mano y ríe de nuestras desgracias, y me enseña vocabulario específico de los policías, como "pijazo", que es cuando te cagan con los horarios laborales (y yo me he comido varios de esos).
Un día voy a agradecerle al Loco por sus palabras. Él sueña con un mañana con adultos más conscientes, adultos que hoy son adolescentes y jóvenes. Y también estrecha la mano muy firme y fuertemente, y se ríe a carcajadas.