jueves, 26 de febrero de 2009

Claro... ¡era auto-humor lo que faltaba!

Esto de postergar posts por una semana se me está volviendo costumbre. Y es que el viernes pasado ocurrió algo que encuentro curioso y pasaré a contar. Pero primero remontémosnos un poco más atrás para que todos entiendan...
Desde hace unos meses, desde que la Novia del Olvido y yo terminamos nuestra relación, recordé algo que me había afectado ya una o dos veces en el pasado, cuando salí de otras relaciones. Era la falta de humor. No de diversión, porque mis amigos seguían y siguen ahí, en caso de que quisiera divertirme. Pero nada divierte realmente si no se tiene humor. Me costaba la risa; la interna. Por fuera todo es más fácil pero también menos valioso.
Y estaba, entonces, por fines del año pasado, aburriéndome de esto. Ya lo conocía y no me gustaba, pero no podía evitarlo. Y yo creo que todo cambia cuando uno realmente se cansa de lo que viene siendo, ¿pero tenía que aburrirme más todavía? ¿No había llegado a cansarme de la falta de risa suficientemente? Tal vez no, tal vez me faltaba otra cosa para conseguir lo que quería.
Fue el viernes, pues, un día de furia (y qué mejor manera de despertar que sacándose). Estaba yo en el kiosco y sabía que en algún momento de la mañana vendrían a motorizar la persiana que era hasta ese momento manual. Cuando llegaron, padre e hijo, cerré y me quedé adentro con ellos por el resto de mi jornada disfrutando de los fuegos artificiales (chispas cuando cortaban chapa, ¡adiós tímpanos! y luz incandescente cuando soldaban, ¡adiós retinas!). Esto no era lo más cómodo, y el polvo que se levantaba más el calor húmedo de mi querida Buenos Aires no ayudaba, pero traté de disfruta del show (y del hecho de que no iba a poder atender clientes en todo el día, aunque para mi sorpresa dos o tres valientes se asomaron en búsqueda de un yogur o unos cigarrillos).
A la salida ya tenía planeado ir a cerrar la cuenta bancaria que me habían abierto en mi anterior laburo. Los tipos estos terminaron justo para esa hora. Eran las 2 p.m. y mi relevo llegaba mientras ellos me explicaban cómo funcionaba la cosa. Se fueron, hice el cambio de caja (que me hace salir un poco más tarde siempre) y bajé la persiana para explicarle a mi compañera cómo funcionaba. Cuando traté de poner la puerta de escape no encajaba y noté que las franjas de chapa de la persiana estaban totalmente torcidas, algo debía estar flojo en el eje que no enrollaba parejamente. No sabía qué actitud tomar. No podía irme y dejarla en banda pero no quería quedarme mucho más. Y es que siempre me costó decir que no y poner límites, pero esto no era su culpa, son cosas que pasan (me decía a mi mismo mientras el diálogo interno de mi mente seguía y seguía). Llamó ella al dueño y este llamó a los tipos que aparentemente iban a volver según dijeron, por lo que yo era libre, pero (y he ahí lo que tanto me enojó conmigo mismo) no me fui al instante, di un par más de vueltas innecesarias y salí. Corrí una cuadra y noté que no había agregado la llave de la nueva puerta a mi llavero por lo que el Lunes no iba a poder entrar. Volví. Emprendí nuevamente mi carrera por la vereda mojada, esquivando gentes y demás obstáculos urbanos para llegar a la avenida Santa Fé. Estaba sobre Junín y tenía que tomarme el subte D para Congreso de Tucumán. Doblé en dirección a Callao (gran error ya que sobre Santa Fé el D tiene estación en Pueyrredón, que era para el otro lado. No en Callao, cuya estación está sobre Córdoba). En las siguientes cuadras decidí llamar a mi vieja solo para que me diga lo que no quería oír, quería preguntarle cuánto me llevaba el viaje realmente y si eran tan puntuales los bancarios y se iban a las 3 clavadas. Mientras sonaba el celular reconocí a la cercanía un pibe que suele pasar por el kiosco a pedirme algo para darle (y que al yo decir que no tengo nada realmente me pide un caramelo, y sí, se lo daba. Esto habrá ocurrido tres o cuatro veces, y yo laburo ahí hace un mes y tres semanas). Me sorprendió mi propia reacción cuando me adelanté y dije “No tengo nada” mientras seguía caminando. Solo llegué a escuchar un “No, amigo, no te quería pedir una mo-“, cuando, por si no me había quedado claro a mi mismo mi reacción, grité, esta vez, “’NO TENGO NADA!”, todo mientras seguía caminando. Todavía no caía en lo que acababa de ocurrir, y es que tratándose de mí, esa actitud es totalmente incoherente. Yo rara vez reacciono así con cualquiera y menos que menos maltrato a alguien de la calle (o mejor dicho, en la calle, ya que su procedencia no la conozco). Mi vieja me atendió y no me dejó terminar de decirle que quería preguntarle algo corto rápido que ya estaba diciendo “Te llamo yo, te llamo yo”. “¡ARGH! ¡ESTÁ BIEN!”, corté, “La puta madre”. Y recuerdo que si bien no lo entendía bien en el momento, empezaba a sentir una agradable sensación al escupir tanta ira innecesaria. Llegando a la esquina la atendí mientras caía en mi error: Todavía me faltaban cuatro cuadras para la estación de Callao. El diálogo que yo ya había imaginado tenía lugar para concluir con ella preguntándome si realmente iría, la verdad era que tenía toda esta semana para ir. Le dije que sí, que iba a ir al pedo, pero que iba a ir. Corté. Seguí corriendo. Llegaba a la plaza esa “de la Bond”, la de Rodriguez Peña, y ya no podía más. No sé por qué pero mi pierna derecha estaba que estallaba. Crucé y me di cuenta que… era cualquiera. Yo podía ir tranquilamente a hacer el trámite el Lunes y no había necesidad de ir al pedo, porque no había chances de que llegue ese día. Me causé gracia. No entendía por qué me había sacado tanto por algo tan pelotudo, y me causaba aún más gracia lo mal que me había movido en la última media hora de mi vida. De haberme manejado de otra manera ya estaría llegando al banco. Me causó gracia también qué tan rápido podía cambiar una decisión que tomara. O en realidad, lo poco convencido que estaba de lo que dije por teléfono. Qué haría ya era obvio, no iría. Así que me senté, transpirado, empolvado y dolorido en un banco mojado de la plaza, me saqué las zapatillas embarradas y me relajé. Creo que estuve como 15 minutos ahí. Estiré un poco la gamba y cuando lo creí pertinente, emprendí mi viaje a casa. Cuando llegué mi vieja me llamó para ver si había llegado. Me reí y le conté que apenas corté con ella me tiré a descansar abandonando mi supuesta empresa. Le conté rápidamente el resto de la anécdota y no podía evitar reírme, me causaba mucha gracia cómo me pude sacar por tan poco. Tal vez venía acumulando cosas de hace rato, tal vez no, no lo sé, lo que sí sabía, es que poco a poco obtenía lo que quería.
Y aprendí algo copado ese día: Si me río de mi mismo, nunca me van a faltar motivos para hacerlo, porque yo soy el único que me voy a acompañar toda la vida.
Después, otros detalles jugosos, podrían ser ciertas personas que estoy conociendo, situaciones en las que me estoy viendo involucrado o nuevas reacciones (risas) que estoy teniendo ante cosas que antes no me despertaban eso. Sea como sea, está decidido que esto quiero para mi presente, y si bien este no es el post más gracioso del mundo ya vendrán otros. Todo comienzo necesita una introducción, y yo ya lo estoy lamentando por el que lea esto, porque veo cómo disfruto de explayarme irresponsablemente por este medio, y vaya que lo seguiré haciendo, jajajaja.

martes, 24 de febrero de 2009

Musa bloguera


Ella es Julia y tiene una boca inmensa. También un blog y un sentido del humor que encuentro muy divertido. Y si bien hace rato venía con ganas de hacerme uno de esos, es ella en gran medida, la que me motivo para concretarlo. Ahora, fijate cómo son las cosas, que venía colgando con el comic desde la semana pasada y oh casualidad lo vengo a terminar el día en que la señorita terminó definitivamente el secundario. Así que ¡felicitaciones a ella por eso!

Trivia: Su religión dista en una letra de su nombre. ¿Puedes adivinar cuál es? xD!

martes, 17 de febrero de 2009

Words Bang

Todo universo necesita una explosión primera para empezar a funcionar, y como este va a ser un lugar de palabras (aunque no dudo que prontamente aparezcan dibujos también) qué mejor que el título de esta entrada (que desborda ingenio, al igual que el nombre del blog por cierto, lo sé) para debutar en esto de ser blogger.
Y como no quiero caer en las vueltas de mi perfeccionismo que me llevaron a posponer suficientemente ya el estreno de esto, listo. He aquí mi blog, que sea lo que tenga que ser, y que lo disfrute el que quiera. Por lo pronto yo lo haré. Muá, muá.