lunes, 21 de septiembre de 2009

Equinoccio y la psiquis humana

Hoy estaba, en el bello día primaveral que nos tocó, laburando, parado en mi Puerta.

Pasó una mujer que vendía flores ambulantemente con su hijo que tendría algo así como 4 o 5 años. Me ofreció una, ya que la tradición era comprarlas en este día (aunque no recuerdo haber visto a nadie con flores hoy en la calle) y le agradecí pero me negué. Mientras insistía su hijo se había escondido adentro del hueco del garage del edificio de al lado. Cuando le repetí que estaba agradecido pero no, que estaba laburando y no tenía plata encima, pegó un grito para llamar a su hijo y disponerse a seguir. Este no apareció y fue decidida en su búsqueda. Al asomarse por el garage metió un brazo y vi cómo levantó en el aire al pibe dejándolo en la vereda. Este no estiró las piernas para pararse por lo que cayó arrodillado. Y su madre, para ponerlo en movimiento, no tuvo mejor idea que empezarlo a patear.

Los gritos no habían sido realmente llamativos, pero las patadas no eran muy disimulables. Y mi mirada cotidiana, que denota un poco de aburrimiento y sueño, se transformó en una que no controlo a voluntad todavía, la más penetrante que tengo. Le clavé los ojos con intención de que lo sienta, y lo hizo, porque me miró un par de veces por instantes, aunque no pude percibir una intención particular. Esperaba que su reacción a mi mirada, que para nada la aprobaba, fuese de provocación. Que le moleste, que se sienta juzgada, y se rebele. Pero no sentí eso, parecía simplemente estar chequeando que la miraba. No pude descifrar qué pensaba cuando comprobó que así era.

Una madre con su hijita venían caminando justo por la vereda y la vieron realizar sus motivaciones motoras para con su hijo. Para cuando estaban más cerca este ya empezó a caminar, por lo que la siguieron acercándose hasta cruzarla en la esquina (yo estoy parado a 5 metros de la esquina como mucho, y seguía mirándola fijo, también me moví un poco cuando empezaron a doblar para no perder el contacto visual, mi idea era intervenir si se ponía peor).

Escuché que la otra madre le dijo "paráaa... tranquila, lo estás maltratando". Para ese entonces el chico ya había dejado de moverse de nuevo por lo que se ganó una patada más, y la otra madre repitió su defensa. La madre ofensiva la miró, me volvió a mirar, y logrando poner en marcha nuevamente a su hijo siguió para el cordón, dispuesta a cruzar la calle, sin haber contestado nada.

La madre defensiva siguió doblando en la esquina y mientras los ambulantes esperaban que pasen autos para poder cruzar, vi y oí cómo el nene le gritó "callate vieja" a la que segundos antes lo defendía.

Sentí cómo "me cayó la ficha". Una muy terrible.

No vi ya a la madre defensiva porque había empezado a recorrer la otra cuadra, pero sí vi que la madre ofensiva y su hijo rieron, y esta le frotó la espalda y le dio un beso en la cabeza. Luego cruzaron y la mujer siguió ofreciéndole flores a otros transeúntes.

Me aterró sentir que entendí perfectamente lo que a primera vista podría parecer una incoherencia contradictoria. Entendí que el chico, por más maltratado que fuera por su madre, se sentía identificado con esta. Los dos son pobres, los dos viven, quizás, en "situación de calle". Y esto le imposibilita a él sentirse defendido por una señora desconocida, que solo saltó por él al ver un acto que le chocó, pero que luego de esgrimir su opinión, volvería a su casa calentita. La odiaba, tal vez al punto de desconfiar de la autenticidad de su defensa.

Y al final, lo que más me aterró, fue notar que durante todo el episodio yo me había quedado callado, y suficientemente frío como para calcular todos estos análisis psicológicos.

Espero estar totalmente equivocado.

viernes, 18 de septiembre de 2009

El oficio de amigo

Cuando empecé a laburar donde laburo, viví una semana infernal que nunca voy a olvidar. Yo venía pintándole la pieza a un amigo y esto se me encimó con el laburo que acepté mes y medio atrás y mantengo hasta el día de la fecha. Como me había comprometido con aquel, no iba a abandonar esa tarea, y tuve que arreglármelas (sin éxito) para ir a la mañana a su casa ya que entro al laburo a la tarde. Tras una semana estaba exhausto, malhumorado y lo que es peor: desesperanzado. No sabía realmente cómo iba a hacer para cumplir con todo (desde ya que unos TPs para CABA que tenía que entregar quedaron encajonados hasta que resolviera todo eso primero).

Llegó el Sábado y noté que casi no había avanzado. Sumándosele a esto que tenía como fecha límite el día siguiente mis nervios se disparaban hasta el Cielo. Decidí ir aunque sea por dos horas esa noche. Cuando llegué no había nadie y estaba cerrado con una llave que no tenía, había ido al pedo. Entré en crisis, una sensación que rara vez tengo y hasta diría que disfruto, desde un rincón sadomasoquista (más sado que maso) de mi ser. Salí ya sin ideas dispuesto a volver a mi casa, noté que no tenía monedas y tuve que comprar una golosina en un quiosco. Cuando quise guardar las monedas en mi billetera se me trabó el cierre y forcejeándolo lo rompí y me corté un poco el dedo. No era mi día...

...pero sí mi noche. Cuando llegué a mi casa con un aura negra más grande que la de Akuma y Vegeta juntos, le comenté qué fue de mis últimas horas a mi fiel compañero de vida Nicolás Pinus, quien solo me contestó "en unos minutos te caigo con pizza y fernet". Fue entonces que entendí el oficio de amigo, y decidí empezar la carrera.

martes, 1 de septiembre de 2009

El fénix no puede morir. No porque sea fénix sino porque morir no es algo que se pueda hacer. Es un mito; no como el fénix, que es real.