jueves, 2 de diciembre de 2010

Bondad

Se me inflamaron unos ganglios, así que fuí al médico.

Quedé en encontrarme con mi madre porque tenía que hacer un trámite también, y no entiendo mucho de burocracia, así que me ofreció ayuda. Siempre que pueda lo hará supongo, lo prefiere. Pero colgué haciendo unos quehaceres (recordemos que ya no vivo con ella, así que ella iba desde su trabajo y yo desde mi casa) así que me llamó algo molesta, le pedí disculpas y partí. Mientras bajaba a la calle algo me incomodaba en la nuca, pero no podían ser los ganglios, esos están a los costados de mi cuello...

Entonces, caminando las pocas cuadras que separan mi casa del hospital, justo cuando pasaba por la puerta de una panadería, un muchacho, con una pinta de esas que "lo harían a uno cruzar a la vereda de enfrente", salió y me detuvo. Me frené y volteé. Empezó con su discurso, que empezaba con "con todo respeto, no te quiero asustar.." y yo podía imaginar qué seguiría.

Me dijo que para no salir a robar prefiere vender no sé qué cosa que estaba vendiendo, lo frené porque realmente estaba apurado, y se lo dije, y le pedí disculpas, no iba a comprar nada. Me dijo que se llamaba Alan y me preguntó mi nombre, le dije que... yo también me llamaba Alan y sorprendido me despidió. Extrañado seguí mi camino con mi nuca aún llamándome la atención.

Cuando me encontré con Madre me dijo ya haber hecho los trámites por mi, y esperamos a que me llame el médico.

El médico me vió dos segundos y me mandó a hacerme un examen de sangre. Odio cuando me dicen eso. Sé que no es gran cosa, me he sacado sangre antes, lo recuerdo, pero el estado en el que entro desde que me entero que lo tengo que hacer hasta que ocurre... es incómodo.

Volví a la sala de espera y una señora hablaba por celular al lado mio. Le avisaba a su tía que no iba a hacer algo (no recuerdo ahora si pasar por la farmacia a comprar algo o pasar por alguna ventanilla a buscar una orden o qué) porque estaba muy cansada, y pedía que la entienda. "Sí, ya sé, pero vengo de laburar todo el día y me hacen esperar, y me ven, y me hacen esperar de nuevo y en este momento solo puedo pensar en lo cansada que estoy, nada más". Lo primero que me invadió fue un pensamiento cercano a "Qué vida de mierda", y de nuevo, ¿qué era esa sensación en mi nuca?

Por suerte, la enfermera me llamó a los pocos minutos y pocos minutos más tarde ya había vuelto a la sala de espera. El resultado del examen estaría a la hora así que con Madre decidimos ir a un bardelaesquina.

Con un feca y un licuadodebanana frente a nosotros no pude esquivar la previsible charla sobre mi futuro cercano. Como este es mi último mes de laburo donde trabajo actualmente, está lógicamente preocupada por lo que haga de mi vida en el verano. Esta charla es una de esas "charlas atemporales", una de esas charlas que no importa en qué época de la historia del Mundo uno esté viviendo, siempre ocurren, porque siempre ocurrieron y siempre ocurrirán. Es una charla que me encula y hace que hable con la boca bastante cerrada y en tonos chotos. Y mi nuca me seguía molestando.

Sea como sea, pasó la hora, pagamos y volvimos al hospital. El médico me dijo que no era nada grave, y me recetó unas pastillas por una semana. No soy muy fan de la alopatía, pero bueno, no tengo ganas de rebelarme hoy.

Cuando fuimos del consultorio a la farmacia que se encuentra dentro del mismo hospital, saqué un número y me senté. A los pocos minutos una señora se acercó y me preguntó qué número tenía. "30" le dije, esperando que no sea otra como la de la sala de espera, y que no me rompa las pelotas.

"Ah, yo tengo el 24, tomá, porque me di cuenta que al final no tengo que comprar nada", y se dio media vuelta.

"G..gracias" atiné a decir, tarde, no sé si me escuchó, y el anciano que estaba a mi otro lado me dijo "qué suerte, te salteaste varios números". "S..sí, sí, posta, qué suerte", dije sin caer todavía del todo en lo que había pasado. ¿Era tan sorprendente el regalo acaso? No. Pero no había caído en eso, había caído en lo que significaba la incomodidad en la nuca.

El viejito me dijo que él tenía el 25 y yo le ofrecí mi nuevo número. "No, está bien, es sólo un número, no te preocupes" me dijo, y le sonreí. La sensación en la nuca era la caricia de la Hipocresía. Que aún en su gesto más delicado causa incomodidad. ¿Por qué? Porque la Hipocresía fragmenta, y la división duele. La fusión, en cambio, refuerza, la integración fortifica y la unión lleva a la plenitud.

Caí en la cuenta de lo mucho que venía esperando amor por parte del otro y el poco amor que venía dándole al otro. Venía actuando muy distante de mis palabras. Hablando sabidurías que podían ayudar a otros pero que sin aplicarlas a mi vida valen tanto menos de lo que podrían valer... Caí en la cuenta de que no estaba siendo muy amoroso, sí, amoroso. Porque el amor implica muchas cosas. Erich Fromm en "El Arte de Amar", que empecé a leer y recomiendo, dice que todos los tipos de amor (porque ciertamente existen varios) se conforman de cuatro cosas: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.

¿Había yo sido responsable y respetuoso con Madre al llegar tarde? ¿Lo había sido al contestarle mal en el bar? ¿Era respetuoso por mi parte juzgar la vida de la señora de la sala de espera como una mierda aún si ella no supiera lo que pensaba? ¿Y había sido cuidadoso conmigo mismo en el último tiempo? Porque vamos... bien sabemos que toda manifestación en el plano físico parte de algo en planos sutiles, principalmente en el emocional, y yo tengo mis ganglios inflamados por algo.

Mientras el farmacéutico me atendía recordé el desprecio que sentí cuando Alan me detuvo en la puerta de la panadería y recordé el prejuicio que sentí por la señora que hablaba por celular. Recordé la intolerancia que sentí hacia Madre cuando me hablaba del futuro en el bar y la desconfianza que sentí cuando la mujer del número 24 se acercaba a mi. Pero principalmente, recordé esa sensación en la nuca que no era ni más ni menos que la distancia entre el Puni que habla de amor y el Puni que ama poco. Y escribo esto ahora para recordar esa sensación. No quiero olvidarla porque no quiero volver a sentirla.

Y sí, yo creo que uno puede cambiar.