Me desperté en mi colchón. Faltaba poco para el mediodía. La luz del Sol se filtraba por las cortinas indicando que era un lindo día ahí afuera. Me levanté y prendí la computadora, sin pretender desafiar a la rutina aún. Yo había quedado días atrás en almorzar con una pelirroja de mi pasado pero El Deber me susurraba que no era todavía el momento para reencontrarme con gente que hace tanto no veía y decidí ocuparme de lo que tenía que ocuparme, respetándolo por un rato, al Deber. Fuí a lo del herrero a buscar unas ménsulas que había encargado en la semana para mi escritorio. Me sentía contento de cerrar por fin con ese tema pendiente hace años, se sentía bien porque me daba espacio mental para ocupar con otras cosas más provechosas (espacio que sin saberlo aún necesitaría en las próximas casi 40 horas de vida, ignorante en ese entonces de que ya empezaba así a ir contra la rutina adentrándome en una aventura increíble).
El viaje a pie de regreso fue algo tedioso y el calor hacía que la pintura no del todo seca se pegue en mis manos y ropa. Cuando llegué a la puerta de mi edificio me sonó el celular, uno de mis jefes me anunciaba mi horario de entrada de ese día. Tenía tiempo para llegar temprano, pero eso hubiera sido demasiado drástico para mi, la ida contra la rutina debía ser más sutil (además no es fácil dejar de ser un pelotudo de la noche a la mañana), así que como es de esperarse... salí tarde y llegué aún más tarde.
A diferencia de cualquier otro día donde no hubiera importando mucho mi retraso (mejor dicho, donde no importa mucho mi retraso), ese día debía llegar a tiempo para recibir un envío de comida para una ceremonia del día siguiente. No recibirlo complicaba bastante las cosas ya que empezaba Shabbat y no solo los negocios kosher cierran sino que los religiosos no pueden usar teléfonos. Me tomé un taxi y en el viaje me encontré dialogando una vez más conmigo. Estoy acostumbrado a dialogar conmigo en esas situaciones, pero el tiempo pasa y uno se aburre del típico verso de "es la última vez", más aún cuando ha comprobado que no será así. No me prometía mentiras, me interesaba más saber cómo terminaría, era emocionantemente (y un poco sádicamente) intrigante. Llegué solo 5 minutos después de la hora en la que se suponía que el delivery-boy vendría, pero 35 tarde de mi hora de entrada. Esperé 10 o 15 minutos más y llamé a mi jefe. Le avisé que no había llegado aún el envío y mentí diciendo que llegué, si bien tarde, 5 minutos antes de la hora estipulada para la llegada del paquete. Me amenazó de muerte en caso de que hubiera llegado y yo no lo hubiera recibido y me dijo que espere que iba a tratar de averiguar si esto había sido así antes de que toda la colectividad se quedara incomunicada telefónicamente. Esperé.
Sentía cómo se había acelerado mi ritmo cardíaco y me sorprendía la sensación de no tener ni puta idea de cómo podría terminar ese episodio. Si bien no soy vidente ni nada, estudiar astrología lo acostumbra a uno a esperar menos sorpresas además de que siempre estuve muy satisfecho de mi intuición, pero en esta ocasión... era la incertidumbre misma. Sonó el teléfono y atendí totalmente entregado al Destino. Mi jefe me informó que todavía no había llegado puesto que se le había pinchado una goma de la moto y que estaría llegando en un rato, que lo espere y que la próxima no sea boludo de arriesgarme al pedo. Cuando corté... me sentía extraño. Me sentía afortunado pero sin entender por qué. No digo que no me sentía merecedor de esa suerte porque no soy quién para cuestionar al Destino, pero saberme afortunado era un privilegio con el que no hubiera contado en otra época de mi vida, y caía en la cuenta de cómo año tras año me volvía más consciente de esto. Me invadieron unas ganas incontenibles de comunicarlo, tenía que exteriorizarlo para distender la tensión recientemente generada. Mandé dos SMS's a mis presentes y futuros compañeros de viaje, Nicolás y Patricio, que decían ambos "I'm one lucky motherfucker" (el inglés simplemente se debió a una dramatización más de película, nada personal), pero no era suficiente, me di cuenta que no tenía la necesidad de contárselo a otro más que a mi, por lo que agregué mi propio número a mi libreta de contactos y me lo mandé. Fue gracioso recibir un mensaje de texto de "Puni", además de que decía lo justo y necesario.
A todo esto le siguió una jornada laboral aburrida como tantas otras, que terminó en algún momento, por suerte, y volví a mi casa. En ella cené, me bañé y me dispuse a salir para lo de Juancho, amigo de amigos, desconocido para mi hasta ese momento. Camino a la parada del colectivo pasé por la puerta del edificio de Nicolás, que vive a una cuadra de mi casa, y mientras me preguntaba si tocarle el timbre, justo en ese momento, me llegó un mensaje de texto... La Sincronía se empezaba a sentir en el aire indicando que se avecinaba una gran noche. Éste era de él y me preguntaba dónde estaba, sin cuestionarme las peripecias del Destino le contesté que en la puerta de su edificio y me dijo que no me vaya, que ahí bajaba. Él había asistido al concierto de rock de la banda AC/DC y estaba fulminado, por lo que rechazó mi invitación a unírseme en mi cruzada. Charlamos unos minutos y seguí mi camino. El colectivo no venía y la idea de hacerla completa y entregarme al capitalismo por una noche crecía en mi. Delante mio dos hombres y una mujer intentaban parar taxis ocupados lo que me causaba gracia y hacía que me pregunte si no se daban cuenta que no tenían el cartelito de "libre" prendido o qué... Por fin apareció uno que sí lo estaba y paró, detrás se asomó otro y decidí copiarlos. Lo paré y me lo tomé. Durante el viaje se me ocurrió, ya que La Sincronía había empezado a funcionar (o mejor dicho, yo empezaba a ser más consciente de ella puesto que ella siempre funciona), que "la charla (en caso de que se diera una) con el tachero determinaría el resto de mi noche", no me parecía tan descabellado puesto que así empezaba la misma y los comienzos dicen mucho, si bien no todo. No sé cómo, pero empezó la charla, y el tipo parecía copado. No recuerdo de qué trivialidades empezamos a hablar pero en un momento me comentó, tal vez porque volvió a ocurrir, que hay un montón de gente que levanta la mano para pararte cuando estás ocupado, él que está de ese lado del volante es testigo. Me reí porque acababa de verlo antes de subir al vehículo. Se lo conté y le pregunté por códigos que pudieran existir entre tacheros. Me empezó a dar una breve y divertida lección la cual terminó con anécdotas del Viejo, un tachero de antaño conocido en el ambiente, que ataca con su rulero+globo a los taxis que le roban pasajeros disparándole bolitas de rulemanes a las luces traseras de esos autos.
Llegué a destino y nos saludamos satisfechos por un buen viaje. Mi humor era óptimo para la aventura por lo que me apresuré a llamar a la puerta. Me recibió La Goina, señor del día (ya que ese día era su conjunción Sol-Sol), me adentré en la guarida y me encontré con el Maestro Burbujero quien me convidó una de esas píldoras de Alicia sobre las que el Aeroplano de Jefferson ha cantado alguna vez y me supe, ahora sí traspasado el punto de no retorno, al comienzo de un viaje inolvidable.
No tardó mucho el mundo como lo conocemos en convertirse en una dimensión que prometía emoción aventurera y revelación filosófica por donde se la mirase, para quien quisiera aprovecharla. Pero el ambiente no me resultaba del todo propicio para esto, si bien estaba colmado de risas y gracia, también era bombardeado con música, charlas y demasiados estímulos estériles para mi gusto. En un rincón se gestaba La Masa (que es una entidad muy conocida por todos; si bien conformada por lo que alguna vez fueron individuos, es lo que queda al perderse esa individualidad). Esta Masa empezaba a hacer lo que toda Masa hace, buscar un motivo para bardear. El Maestro Burbujero los distrajo con anécdotas del lejano y salvaje Oeste hasta que yo propuse una huída disfrazada de búsqueda de proviciones. Me siguieron si dudarlo mis fieles compañeros psiconautas, La Goina, El Maestro Burbujero y El Sr. M. Una vez abajo en la selva de concreto llegamos a la proveeduría comercial y empezó el teatro. Tratando de no sucumbir ante La Vergüenza (misión casi imposible para mis compañeros más especializados en la psiconáutica pero todavía una debilidad para mi persona) intentamos apresurar el intercambio mientras yo me reía por dentro porque me daba cuenta claramente de que El Dueño entendía perfectamente que no estaba concretando transacciones con personas en su dimensión, lo cual tampoco hubiera de sorprenderme tanto puesto que un kiosquero nocturno es algo así como un Enlazador de Mundos (y de hecho este razonamiento me calmaba). Con nuestros bolsillos llenos y nuestras billeteras vacías volvimos al edificio terrible pero yo no estaba listo para volver ahí, así que propuse una pausa para empezar a consumir algunos de los brebajes y gomitas de azúcar que habíamos comprado.
El viaje a pie de regreso fue algo tedioso y el calor hacía que la pintura no del todo seca se pegue en mis manos y ropa. Cuando llegué a la puerta de mi edificio me sonó el celular, uno de mis jefes me anunciaba mi horario de entrada de ese día. Tenía tiempo para llegar temprano, pero eso hubiera sido demasiado drástico para mi, la ida contra la rutina debía ser más sutil (además no es fácil dejar de ser un pelotudo de la noche a la mañana), así que como es de esperarse... salí tarde y llegué aún más tarde.
A diferencia de cualquier otro día donde no hubiera importando mucho mi retraso (mejor dicho, donde no importa mucho mi retraso), ese día debía llegar a tiempo para recibir un envío de comida para una ceremonia del día siguiente. No recibirlo complicaba bastante las cosas ya que empezaba Shabbat y no solo los negocios kosher cierran sino que los religiosos no pueden usar teléfonos. Me tomé un taxi y en el viaje me encontré dialogando una vez más conmigo. Estoy acostumbrado a dialogar conmigo en esas situaciones, pero el tiempo pasa y uno se aburre del típico verso de "es la última vez", más aún cuando ha comprobado que no será así. No me prometía mentiras, me interesaba más saber cómo terminaría, era emocionantemente (y un poco sádicamente) intrigante. Llegué solo 5 minutos después de la hora en la que se suponía que el delivery-boy vendría, pero 35 tarde de mi hora de entrada. Esperé 10 o 15 minutos más y llamé a mi jefe. Le avisé que no había llegado aún el envío y mentí diciendo que llegué, si bien tarde, 5 minutos antes de la hora estipulada para la llegada del paquete. Me amenazó de muerte en caso de que hubiera llegado y yo no lo hubiera recibido y me dijo que espere que iba a tratar de averiguar si esto había sido así antes de que toda la colectividad se quedara incomunicada telefónicamente. Esperé.
Sentía cómo se había acelerado mi ritmo cardíaco y me sorprendía la sensación de no tener ni puta idea de cómo podría terminar ese episodio. Si bien no soy vidente ni nada, estudiar astrología lo acostumbra a uno a esperar menos sorpresas además de que siempre estuve muy satisfecho de mi intuición, pero en esta ocasión... era la incertidumbre misma. Sonó el teléfono y atendí totalmente entregado al Destino. Mi jefe me informó que todavía no había llegado puesto que se le había pinchado una goma de la moto y que estaría llegando en un rato, que lo espere y que la próxima no sea boludo de arriesgarme al pedo. Cuando corté... me sentía extraño. Me sentía afortunado pero sin entender por qué. No digo que no me sentía merecedor de esa suerte porque no soy quién para cuestionar al Destino, pero saberme afortunado era un privilegio con el que no hubiera contado en otra época de mi vida, y caía en la cuenta de cómo año tras año me volvía más consciente de esto. Me invadieron unas ganas incontenibles de comunicarlo, tenía que exteriorizarlo para distender la tensión recientemente generada. Mandé dos SMS's a mis presentes y futuros compañeros de viaje, Nicolás y Patricio, que decían ambos "I'm one lucky motherfucker" (el inglés simplemente se debió a una dramatización más de película, nada personal), pero no era suficiente, me di cuenta que no tenía la necesidad de contárselo a otro más que a mi, por lo que agregué mi propio número a mi libreta de contactos y me lo mandé. Fue gracioso recibir un mensaje de texto de "Puni", además de que decía lo justo y necesario.
A todo esto le siguió una jornada laboral aburrida como tantas otras, que terminó en algún momento, por suerte, y volví a mi casa. En ella cené, me bañé y me dispuse a salir para lo de Juancho, amigo de amigos, desconocido para mi hasta ese momento. Camino a la parada del colectivo pasé por la puerta del edificio de Nicolás, que vive a una cuadra de mi casa, y mientras me preguntaba si tocarle el timbre, justo en ese momento, me llegó un mensaje de texto... La Sincronía se empezaba a sentir en el aire indicando que se avecinaba una gran noche. Éste era de él y me preguntaba dónde estaba, sin cuestionarme las peripecias del Destino le contesté que en la puerta de su edificio y me dijo que no me vaya, que ahí bajaba. Él había asistido al concierto de rock de la banda AC/DC y estaba fulminado, por lo que rechazó mi invitación a unírseme en mi cruzada. Charlamos unos minutos y seguí mi camino. El colectivo no venía y la idea de hacerla completa y entregarme al capitalismo por una noche crecía en mi. Delante mio dos hombres y una mujer intentaban parar taxis ocupados lo que me causaba gracia y hacía que me pregunte si no se daban cuenta que no tenían el cartelito de "libre" prendido o qué... Por fin apareció uno que sí lo estaba y paró, detrás se asomó otro y decidí copiarlos. Lo paré y me lo tomé. Durante el viaje se me ocurrió, ya que La Sincronía había empezado a funcionar (o mejor dicho, yo empezaba a ser más consciente de ella puesto que ella siempre funciona), que "la charla (en caso de que se diera una) con el tachero determinaría el resto de mi noche", no me parecía tan descabellado puesto que así empezaba la misma y los comienzos dicen mucho, si bien no todo. No sé cómo, pero empezó la charla, y el tipo parecía copado. No recuerdo de qué trivialidades empezamos a hablar pero en un momento me comentó, tal vez porque volvió a ocurrir, que hay un montón de gente que levanta la mano para pararte cuando estás ocupado, él que está de ese lado del volante es testigo. Me reí porque acababa de verlo antes de subir al vehículo. Se lo conté y le pregunté por códigos que pudieran existir entre tacheros. Me empezó a dar una breve y divertida lección la cual terminó con anécdotas del Viejo, un tachero de antaño conocido en el ambiente, que ataca con su rulero+globo a los taxis que le roban pasajeros disparándole bolitas de rulemanes a las luces traseras de esos autos.
Llegué a destino y nos saludamos satisfechos por un buen viaje. Mi humor era óptimo para la aventura por lo que me apresuré a llamar a la puerta. Me recibió La Goina, señor del día (ya que ese día era su conjunción Sol-Sol), me adentré en la guarida y me encontré con el Maestro Burbujero quien me convidó una de esas píldoras de Alicia sobre las que el Aeroplano de Jefferson ha cantado alguna vez y me supe, ahora sí traspasado el punto de no retorno, al comienzo de un viaje inolvidable.
No tardó mucho el mundo como lo conocemos en convertirse en una dimensión que prometía emoción aventurera y revelación filosófica por donde se la mirase, para quien quisiera aprovecharla. Pero el ambiente no me resultaba del todo propicio para esto, si bien estaba colmado de risas y gracia, también era bombardeado con música, charlas y demasiados estímulos estériles para mi gusto. En un rincón se gestaba La Masa (que es una entidad muy conocida por todos; si bien conformada por lo que alguna vez fueron individuos, es lo que queda al perderse esa individualidad). Esta Masa empezaba a hacer lo que toda Masa hace, buscar un motivo para bardear. El Maestro Burbujero los distrajo con anécdotas del lejano y salvaje Oeste hasta que yo propuse una huída disfrazada de búsqueda de proviciones. Me siguieron si dudarlo mis fieles compañeros psiconautas, La Goina, El Maestro Burbujero y El Sr. M. Una vez abajo en la selva de concreto llegamos a la proveeduría comercial y empezó el teatro. Tratando de no sucumbir ante La Vergüenza (misión casi imposible para mis compañeros más especializados en la psiconáutica pero todavía una debilidad para mi persona) intentamos apresurar el intercambio mientras yo me reía por dentro porque me daba cuenta claramente de que El Dueño entendía perfectamente que no estaba concretando transacciones con personas en su dimensión, lo cual tampoco hubiera de sorprenderme tanto puesto que un kiosquero nocturno es algo así como un Enlazador de Mundos (y de hecho este razonamiento me calmaba). Con nuestros bolsillos llenos y nuestras billeteras vacías volvimos al edificio terrible pero yo no estaba listo para volver ahí, así que propuse una pausa para empezar a consumir algunos de los brebajes y gomitas de azúcar que habíamos comprado.
Fue inevitable confesar a los pocos minutos que... no tenía ganas de permanecer allí, y a mi siempre me costó un poco ir contra la Corriente. Tal vez por esto es que la Corriente cambió su curso en mi dirección (o más probablemente, por mi dificultad, yo siempre estuve yendo con la Corriente sin saberlo), pero sea como sea, todos estábamos de acuerdo con qué era lo mejor. Y el plan de presenciar el amanecer en el límite de aquella selva gris se presentó más como si él nos pensara a nosotros que nosotros a él. Subimos y lo propusimos para no caer en egoísmos o generar malas ondas y terminó por conmover los corazones de todos los presentes. Si bien tardamos bastante más de lo que hubiéramos preferido, lo logramos, minutos más tarde estábamos todos afuera caminando.
El viaje fue áltamente disfrutable, debatiendo sobre la vida y el universo con La Goina y El Sr. M y riendo con El Maestro Burbujero y El Bártulo X, quien más tarde descubriríamos era una especie de super-héroe pero que nunca entendimos si tenía algún super-poder o no.
Mis compañeros me guiaron hasta un Nodo que ellos ya conocían pero era nuevo para mi, si bien había pasado por ahí anteriormente. El Nodo Urbano, un punto en el límite de la Ciudad de la Furia donde el Tiempo y el Espacio se cruzan mezclando contemporaneidad occidental con antigüedad medio-oriental. Un santuario escondido en nuestras propias mentes, a la luz del día para que cualquiera lo visite, protegido por la misma Atenea y el titán del "Ya fue" (que osó cruzar el Río de la Plata a pata y ahora vive en la reserva ecológica). Por un rato se dio la armonía perfecta, la convivencia pacífica entre todas las especies. La Masa perdía su cualidad popular para dejar a cada uno desnudo ante la existencia. Todos sentados en el borde del Abismo admirando La Perfección. Tras un rato de silencio me invadió mi instinto felino que me obligó a saltar al vacío para volver a trepar el muro, lo cual repetí un par de veces ya que lo encontraba inconmensurablemente entretenido. El Bártulo X no se quedó atrás, batiéndome un jaque mate a mi prejuicio que nunca me hubiera permitido imaginar que poseía tal admirable destreza; y me encanta cuando eso pasa.
Inevitablemente el Sol salió en algún momento, haciendo al cielo estallar en fuego e hidrógeno magenta, salpicando paisajes que atentaban contra la poca cordura que nos quedaba. Los alguna vez integrantes de la Masa, ya casi reducidos nuevamente a meros individuos, decidieron homenajear una vez más a aquella sociedad y partieron juntos Into The Wild. Yo, mientras, jugaba con mi cuerpo y la gravedad, parándome con mis pies superiores, cuando fui sorprendido por mis psiconautas amigos, quienes advirtieron y propusieron que debía ayudar a La Tierra a girar para mostrar al Rey Dorado en el firmamento, con mis patalones-vela (que volaban al soplido del Viento). Reí, me había resultado ingenioso.
El momento de la despedida circunstancialmente final se acercaba. Ya nos habíamos corrido del borde del Abismo y nos encontrábamos bajo el ala protector de Atenea, que se erguía imponente como siempre. Entonces, mientras intercambiábamos diversas y variadas anécdotas ocurrió, una vez más (aunque es siempre la primera vez en estos casos)... El Silencio.
Ya lo había oído antes. Lo conocía... Pero con El Silencio es siempre como si fuera la primera vez. Es atemporal y las concepciones lineales simplemente no aplican. Escoltado fielmente por La Quietud y La Armonía, guiados por La Perfección.
Tras ese momento mágico, miré al Maestro Burbujero y le dije: "¿te acordás de ese -instante- del que alguna vez te hablé? Acabo de revivirlo de nuevo". Me entendió inmediatamente y sonrió.
Antes de la dispersión general decidimos consolidar la culminación de la velada en un pacto. Hicimos La Promesa de volvernos a encontrar meses más tarde en la dimensión del Viejo Metralleta, y comenzamos a caminar, alejándonos así de aquel oráculo, el Nodo Urbano.
Adentrándonos nuevamente en la selva gris todo parecía diferente a como lo habíamos dejado (y es que siempre es diferente, o tal vez siempre había sido así, natuarlmente en constante cambio), las calles estaban tranquilas y el pavimento callado. Despedimos al Bártulo X, cuyo deber se encontraba en otra parte, ahí donde hubiera un jarrón que necesitara ser innecesariamente repuesto, y eventualmente también al Sr. M. Quedábamos La Goina, el Maestro Burbujero y yo. La Goina nos invitó a acompañarlo al expreso que partía de la esquina de la ciudad, pero el Maestro Burbujero prefería aprovechar a su primo, el subterráneo. Lo lamenté pero lo acepté. Continué con La Goina y mientras charlábamos sobre astrología el Maestro Burbujero nos llama desde atrás y sorprendidos nos enteramos que su plan era imposible porque había olvidado que la Ciudad tiene sus tiempos y no le importa si estos no encajan con los propios y personales.
Continuamos los tres. En el camino tuve que hacer una parada para satisfacer las necesidades de mi cuerpo, al cual no quería olvidar. Y para cuando llegábamos a donde despediríamos a La Goina, el Maestro Burbujero decidió ser despedido antes y se subió a un autobús que pasaba por ahí. Entré a la Terminal con La Goina.
Una vez adentro, habiendo asegurándose su ticket que le permitiría abordar el expreso, decidió saciar las necesidades de su cuerpo. Fue al baño. Lo esperé en la puerta... notando los poco simpáticos personajes que me rodeaban y me miraban. No temía por mi, temía por él... y cuando volvió supe que no había sido sin razón. Lo miré pero solo dijo: "recomendación psiconáutica: nunca visites los baños de Retiro". Tomé nota mental.
Una vez solo volví como el Maestro Burbujero hubiera querido, subterraneamente. En mi viaje tuve la suerte de poder sentarme adelante de todo y tener vista directa al oscuro túnel que atravesábamos. Es sorprendente lo meditativo que puede resultar atravesar un túnel. Mientras veía la oscuridad y las esporádicas luces pasar por los bordes de mi panorama recordé... que ese nuevo día era el día que habíamos acordado con Nicolás y Matías para el debut de nuestro proyecto de "Viajes Cortos los Sábados"... pero algo me hacía sentir adentro mio que eso simplemente no ocurriría. Primero le atribuí tal intuición al mero Miedo, que siempre ronda por ahí, pero descubrí que maravillosamente... no podía ser él porque él no me afectaba. No podía ser otra cosa que verdadera intuición, pero qué difícil es diferenciar intuición verdadera de fantasmas irreales. Tras permitirme confiar un poco más en mi me di cuenta que estaba todo en orden, aún en el caso de que mis compañeros de viaje corto no me acompañaran, yo iría a La Plata esa tarde. Llegué a entender que si todo lo vivido en mi vida hasta ese momento me había llevado a estar sentado en ese primer asiento de ese vagón, entonces innegablemente el sentido de mi vida en ese momento era viajar a La Plata, era mi Destino (y me sorprendí de ser la primera vez que usaba la palabra con doble sentido).
Al emerger a la superficie y retornar a mi guarida traté de ponerme en contacto con mis compañeros. A primera vista solo estaba la Boluda, quien sería mi guía en la ciudad masónica. Le dije que no importaba qué, yo esa tarde pasearía por su ciudad. Al rato aparecieron los otros dos, que como había presentido, me informaron que no vendrían, uno por deber y otro por poder (o falta de). Estaba decidido. Solo tenía que bañarme, comer y partir, pero me distraje, obviamente, y terminé para mi sorpresa al teléfono con una conocida virtual. Ella estaba trabajando, atendiendo un local de muebles, y yo le contaba mis últimas horas de vida y mi plan para las futuras. En eso... escucho que habla con lo que parece ser un cliente... Le pregunto: "¿estás en la caja?" y me contesta que sí, que estaba atendiendo mientras hablaba conmigo. ¡Oh, por Dios! Me había convertido en la criatura que siempre odié (o envidié). ¿Cuántas veces había visto a la apuesta cajera hablando por teléfono y colgando a los clientes? ¿Cuántas veces me pregunté con quién demonios hablaría? Y de pronto lo entendí... era yo. Hablaba conmigo.
Corté el teléfono, no podía seguirme distrayendo, el tiempo volaba. Una vez listo bajé nuevamente a la selva de concreto, y entonces... el desastre (o el bochorno). Mi celular sonó... pero no como suena cuando cualquier persona llama, sonó como suena cuando alguien relacionado con mi trabajo llama (bendita sea la combinación de Caller ID y ringtones específicos). ¡¿Qué carajo?! ¿Un Sábado? ¡Era mi franco! Algo atemorizado por lo que pudiera llegar a oir (o por tener razón con mi intuida de lo que oiría) atendí. Efectivamente, otro de mis jefes me pedía que labure en la noche de mi franco. "¡NO!", "¿Quién se cree que es?", "Todo tiene un límite, Puni"; estas eran unas de las tantas cosas que oía en mi cabeza, pero esta todavía no había terminado de atravesar el portal interdimensional al Mundo Conocido, debía ser cauteloso, debía zafar del implacable y abusivo Deber.
Dije que no podía, que estaba yéndome ahí mismo a La Plata, tratando de dejar la Mentira como último recurso. Me preguntó si volvería ese día o el siguiente y ahí fallé. Si bien siempre reconoceré la superioridad de la Verdad por sobre la Mentira, todavía hoy me pregunto qué hubiera sido de mi si decía "mañana, el Domingo". Cuando mi otro jefe supo que volvería esa noche entendió que solo tenía que insistirme hasta el hartazgo para conseguir lo que quería. Apeló a que de no ir solo perjudicaría a mi compañero de trabajo porque por un malentendido (pequeño detalle: error suyo) este no sabía que debía quedarse hasta tarde esa noche y ya tenía planeado un viaje corto él también (parecía que ya estaba marcando tendencia y ni siquiera había logrado concretar mi primer viaje corto). Tras diversos intentos de evasión la pequeña careta que había improvisado al atender mi dispositivo de comunicación inalámbrica se rompió y me vi expuesto a la Verdad. Él preguntó: "¿estás bien? ¿te diste con algo?". No sé por qué ahí sí pude mentir, o mejor dicho, por qué quise mentir, porque también podía hacerlo antes, pero no me convencía del todo. En este caso preferí hacerlo, aún cuando la Verdad me liberaría.
Tal vez fue por Miedo, tal vez por curiosidad de qué pasaría si realmente aceptaba todos los posibles desafíos que se me ofrecían para ese día... aún cuando esto pudiera hacerme sentir un estúpido. Sea como sea, a los muchos minutos de establecida la comunicación, mi paciencia ya no existía y el vacío empezaba a ser llenado con molestia. Por lo que acepté el abuso laboral para poder cortar de una maldita vez. Y me sumergí en la tierra una vez más.
Cuando emergí... lo entendí. La Boluda me había dicho, mientras yo daba vueltas en mi casa, que cada vez que había visitado la Ciudad de la Furia había sentido, a la hora de volver a casa, que no podía irse del todo, que este monstruo moderno no la dejaba, y aún si lo lograba, no se terminaba de ir del todo. Lo entendí. Me encontré con una esquina infestada de gente, un cielo gris y un cruce de calles que escupía bocinazos. No sé cómo, pero de alguna manera logré llegar a la calle. Era imposible caminar por la vereda así que esta era mi última esperanza de llegar a la plaza donde debía abordar el micro que me dirigiría a la salvación (y a la culminación de mi Destino).
Corrí.
Sentía cómo el gran monstruo me llamaba, gritaba mi nombre, intentaba retenerme. Temía que lo abandonara, necesitaba que me quedase, que redujera mis sueños a conformismo rutinario. Entonces corrí un poco más.
Salté unos charcos de agua que se habían acumulado, estaba lloviznando hace un rato. Esquivé unos zombies y eludí unos vehículos. Y llegué. La Plaza. Estaba totalmente desorientado y jamás había tomado ese micro, pero esa era una traba tan menor que ninguna vergüenza podía molestarme ya. Pregunté varias veces a diferentes personas cómo debía hacer para lograr lo que quería y minutos más tarde estaba en el micro que tenía que estar con el boleto que tenía que tener, sentándome para regocijarme en el infinito júbilo de la Victoria.
Ya en viaje improvisé una dedicatoria para La Tota (amiga de La Boluda) en el primer libro astrológico que compré para el C.A.B.A. ("Astrología para principiantes"). En mi casa se me había ocurrido llevarlo para regalárselo, me atraía mucho la idea de dar una sorpresa y un regalo material/intelectual (y me parecía óptimo porque La Boluda me había mencionado del interés de La Tota en estas mancias pero no parecía tener confiable material al cual acudir).
Me encontré con La Boluda en la terminal y para ese entonces en ese lugar ya llovía bastante. No me molestaba a decir verdad, pero teñía el día de otro color. La idea era pasear los tres pero La Tota no aparecía por ningún lado, seguramente debido a una noche anterior de parranda. Caminé con La Boluda, sorprendiéndome en parte por algo que podría asemejar a mi charla telefónica con la empleada del local de muebles. Mientras intercambiaba anécdotas de vida y sueños, caí en la cuenta de lo tan prejuicioso que soy. Cuántas veces había visto mujeres como estas y sentido que jamás sería yo con quien hablen para colgar a sus clientes o con quien caminen en un sábado lluvioso. La pregunta entonces era... ¿no sería tal vez porque no existen mujeres como estas, sino solo mujeres? Así parecía ser.
Al rato La Tota apareció y nos dijo que fuéramos a su casa, donde nos recibió su hermana porque ella aún no había vuelto. Me sorprendí por la capacidad de vivir en el Caos absoluto que debía tener La Tota para que esa fuera su habitación, jajaja. Eventualmente llegó y charlamos un poco de artes adivinatorias. Le di su regalo y entonces La Boluda me ofreció uno a mi. Un Pipuni. Era la medalla ideal por haber logrado escapar del gran monstruo, La Ciudad de la Furia.
Mi Tiempo se agotaba, pero entonces una nueva propuesta surgió. Resulta que ese día, oh casualidad, era el cumpleaños de la Rastuda, y yo... no podía volverme sin saludarla por ello. Siempre fueron para mi tan importantes las conjunciones Sol-Sol (y las rastas). Con el Tiempo casi pisándome los talones, partí con La Boluda, La Tota y una amiga suya a quien estaba hospedando esos días (sí, increíblemente en ese Caos entraba alguien más, jajaja). Al llegar a la esquina donde debíamos encontrar un tipo de flores específica (esa era la marca de la casa donde la Rastuda se encontraba) notamos que la vegetación por esa zona abundaba y la tecnología celular no podía ayudarnos (no con una hippie).
Tras deambular un poco, sin ganas de rendirnos (o tal vez sin concebir el fracaso como una posibilidad real en ese caso) la encontramos, escondida entre la hierba se hallaba la guarida de los hippies, y entonces la conocí. Resultó ser un ser (valga la redundancia) y no un concepto. Por mucho tiempo yo había hablado del concepto de "La Rastuda" y temía encontrarme no con una persona sino con una idea. Pero para mi sorpresa tenía carne y huesos y una sonrisa luminosa y era simpática. No pudimos charlar mucho porque yo debía huir de inmediato, pero fue un lindo momento, y le deseé que empiece una bella nueva vuelta al Sol.
Tras una rápida pero sentida despedida, de vuelta en la Terminal, y la toma de una fotografía para recordar el momento, abordé el micro que me llevaría de nuevo a la locura. Creo haberme dormido en algún momento porque no recuerdo el viaje, solo preguntarle a la persona a mi lado si esa era la 9 de Julio (tal vez no recuerdo el viaje porque esta condenada ciudad no pertenece al mundo real y no hay camino que uno pueda recordar lógicamente). Me dijo que sí y en un arranque de ansiedad por acercarse la hora en la que debía confrontar una vez más al Deber, me bajé del micro. ¡Estúpido! Me había bajado varias cuadras antes de donde tenía que bajar y ya no tenía tiempo de sobra para desperdiciar, empezaría a acumular retraso... Pero... ¿me importaba? Suficiente favor les estaba haciendo. Caminé rápido, pero no corrí.
Pasé por mi casa para cambiarme y Madre me regaló dos sangüiches de amor que agradecidamente me llevé como vianda. Tomé un taxi para no colgar tanto a mi pobre compañero de trabajo y en el viaje, mientras me quejaba con el conductor sobre el abuso que sentía por parte de mis jefes, caí de pronto en una revelación. El por qué de mi falta de enojo y súbita aceptación. No era porque siempre fui alguien que se dejó pisotear un poco más de lo deseado, era porque había tomado una decisión. No en ese momento, la había tomado al aceptar el laburo, renunciaría, lo sabía desde el primer día, pero ese día recordé que ya faltaba poco, que pocos días me separaban a mi de mi primero y verdadero Viaje.
Cuando llegué mi compañero de trabajo aprovechó el mismo taxi, y en mi mente reí por la secuencia que debía estar viviendo el conductor, tras haber escuchado mi historia y ahora estar conociendo la secuela. Ya adentro me senté, no tenía que hacer más que presencia hasta que terminara la actividad y se fuera la gente para cerrar el lugar. Dos o tres horas como mucho y sería libre para volver a dormir a mi colchón tras casi 40 horas de no hacerlo. Llamé a Nicolás, quería contarle de mi aventura a alguien. Hablé un poco pero a los minutos tuvimos que interrumpir la charla porque la gente empezó a irse y tuve que reconstruir mi careta rota. Al rato llamé a mi hermano a quien quería compartirle mi inmensa alegría por haber logrado superar todos los retos de mis últimas horas de vida pero no supo verlo, me recordó lo estúpido que fui al no poder ponerles límite a mis jefes y dejarme abusar. Lo entendí, tenía un punto, pero en ese momento no podía bajonearme, solo sentía alegría. Sí, claro que podría haberme movido mejor, pero así es como me salió en ese momento, y lo aceptaba. Además considerando las circunstancias... bueno, yo estaba satisfecho, y al final es lo único que importa.
6 punicomentarios en esta punientrada:
perfeeeeeeeeeeeeeeecto man xD
nota: (creo que era "You're one lucky motherfucker")
y una pregunta, los sanguches... eran de MILANEEESA, no?
<3
Jaja, no, no, era así, lo busqué (todavía lo tengo guardado =P). Y no, eran de jamón (casualmente heréticos para donde los comería xD). Pero la próxima... la próxima MILANEEESA (y booocha de jugo).
Dije: IUJU seguro q es corto.
no era corto
lo leo depsues del lunes.
cachinnnnnnnnnnnnnn
Muy bueno tu puniblog :), decís muchas puniverdades(? y no entendí del todo a que te referias con tu punifirma con una frase de una pelicula de jesús xD Pero era bastante certera por cierto.
Suerte, que andes bien.
Ahhh y te admiro xq vos podés hacer clavas y yo no puedo hacer malabares ni con dos pelotitas de tenis xD
Lo siento que no haya podido verlo de otra forma. Supongo que es mi rol de hermano mayor, el que orgullosamente ocupo a veces a pesar de que sea un poco corta mambos.
Me quedé pensando en el kioskero nocturno, es como el delivery del helado tb. Que rol indispensable para la humanidad: el Enlazador de Mundos, genial.
Copada historia y muy bien contada.
Hay, me mataste! Me tuve que fijar y seguis a una amiga mia asique Creo que llegué a tu blog por el blog de ella:P
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